viernes, 9 de enero de 2009

UN TESTIMONIO

por Francisco A. Ávarez

Con la excusa de eliminar las bases de la OLP, en 1978 Israel lanzó un intenso ataque aéreo sobre los campos de refugiados palestinos ubicados en el sur de Líbano seguido por la ocupación de una parte del territorio libanés. Desde Beirut, donde participaba en un homenaje internacional al líder patriótico Kamal Jumblat asesinado en marzo de 1977, partí con un grupo de amigos libaneses hacia la zona bombardeada con el propósito de brindar toda la ayuda humanitaria que fuera posible.

Lo que vimos entonces no se diferencia sustancialmente de lo que hoy se ve sobre el genocidio en Gaza, porque en ambos casos se trata de masacres. En el ’78, cuando Israel mentía que en la zona bombardeada había guerrilleros armados hasta los dientes, sólo encontramos cuerpos destrozados de niños, mujeres y ancianos.

Uno puede, y debe, indignarse ante semejante barbarie. Lo que no puede es sorprenderse porque hay abundantes pruebas de que el estado terrorista de Israel se propone exterminar al pueblo palestino. Las primeras atrocidades en Deir Yassim en 1948, la masacre de la aldea cisjordana de Qibya en1953, el bombardeo y ocupación del sur de Líbano en 1978, Shabra y Shatila en 1982 y por último el genocidio de Gaza en 2008 son episodios de ese plan abominable que se lleva a cabo gracias a la complicidad de EEUU y sus aliados históricos y también muchos de los nuevos.

No parece ser tiempo para rebuscados y erróneos ejercicios de “imparcialidad” diplomática. La opción no es tan difícil: o se está con los genocidas, activa o pasivamente, o se está con el pueblo palestino.

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