lunes, 4 de mayo de 2009

DEL PUEBLO POR EL PUEBLO Y PARA EL PUEBLO


por Ariel Pascielli

Ya en épocas de organizaciones tribales y quizás, aún antes, la humanidad transitó por métodos y sistemas cuasi democráticos de tomas de decisión sobre temas que pudieren afectar al grupo.

Sin entrar en sistemas de represión modernos con dictadores o tiranos, o reyes, príncipes o señores feudales, que es casi lo mismo, es conveniente analizar los procesos democráticos y las formas que se emplearon para ejercer el poder y organizar las sociedades.

Más allá del ágora griego y del senado romano; la Carta de los Comunes inglesa, con su parlamentarismo como paradigma de representación política de ésa sociedad en plena revolución industrial, camino del dominio imperial; usualmente se toma como ejemplo de ejercicio de la democracia a los gobiernos que se constituyen a partir de la independencia de los Estados Unidos, preparando el camino para su estrategia imperial, copiando a sus mayores. Este ejercicio de democracia está basado en el control y refuerzo del poder dominante a partir de las luchas contra las monarquías y el triunfo del estado llano.

La democracia de la definición de Abraham Lincoln: “El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, se puso en práctica en muchas sociedades políticas con los recortes y retoques que las clases dominantes impusieron para no perder su hegemonía.

El sistema conformó un método que alimentó el recorte de la democracia plena, generando partidos políticos que, en su origen, representaban intereses de clases, ideológicos y estratégicos y alimentó las expectativas de muchos que solo querían ser gobierno para estar en privilegiada posición frente a los verdaderos poderes, que los ungieron como respetuosos y confiables defensores y buenos administradores de sus intereses.

Pero también surgieron partidos políticos en defensa de otros intereses pero que se insertaron en el sistema de la democracia “burguesa”.

Todos garantizaban el sistema institucional, cada uno con sus documentos liminares o declaración de principios, sus estatutos o carta orgánica, sus programas de gobierno, sus plataformas políticas o plataformas electores.

En muchos casos con elecciones internas para postular candidatos o designar autoridades, con diferentes formas y sistemas, con punteros junta votos y con respaldo o con sistema eleccionario de mayor profundidad en el uso de la democracia.

Allí surgió lo que se dominó la “democracia representativa”, aquí o en otros países; aquí, con el refuerzo de la norma constitucional que define que “el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes”

Y en la elección de representantes comenzó a hacer agua el sistema, cuando se comenzaron a entremezclar intereses y figuras; cuando se dejaron de lado los programas y plataformas de cada agrupación y se comenzó a buscar al más carismático, al que mejor mide, al que es mejor aceptado por diversos atributos, más allá de las ideas que defiendan el candidato o su partido.


A la prostitución de las ideas, le siguió el alejamiento de los programas y la ausencia de plataforma electoral. Bastaba con que un borracho arengara, según el imaginario popular, con el grito ¡Viva el doctor, para que estas “instituciones” de la democracia a quien les resultó más cómodo golpear los cuarteles que someterse al sufragio popular, comenzó a entender que la figura que pudiere reunir ciertos atributos presentables fuere el piloto electoral para colgarse de él y triunfar en los comicios.

Pero, además, y mientras los propios partidos políticos descreían de la política e insuflaran esa idea a los ciudadanos para llevarlos a ser carne de cañón electoral, nacía la “democracia delegativa”, que consistía en volcar los votos a favor del candidato más aceptado por sus propios atributos que no eran, precisamente, de corte ideológico o político, sin importar organizaciones, formación de ciudadanos, programas o simplemente, un discurso coherente con las necesidades y los deseos de transformación de los ciudadanos.

El avance de la tecnología y la transformación y modernización de los medios de comunicación generaron el “marketing político”, que a partir de mediciones, encuestas y otras disciplinas, desarrollan imagen para vender un producto a una ciudadanía que carece de información, pero que posee desinformación, y que ya se acostumbró, en líneas generales, a no tener exigencias ni siquiera electorales para los comicios, salvo algunas operaciones muy especiales que se siguen llevando adelanto pese a la modernización de las comunicaciones.

Pero pareciera que, en general, los partidos políticos no advierten que los tiempos pasan y que las masas populares cada vez toman más participación activa en los procesos históricos en forma directa, tal como pasa en Latinoamérica e incluso en nuestro propio país cuando los sucesos de diciembre del 2001.

Esa participación pareciera desmovilizada definitivamente, aunque no hay que confundir desmovilización con alerta, esperando el momento oportuno para actuar.
Los pueblos tienen en sus manos las herramientas para moldear la historia y cuando las usan lo hacen concientes, con entusiasmo, con firmeza para lograr su objetivo: modificar estructuralmente la sociedad para imponer la justicia, la libertad y la soberanía, a partir de la “democracia participativa”.

En Argentina estamos en condiciones de patear el tablero de los que pretenden jugar con el rumbo político de la sociedad para que no llegue nunca a plasmarse la “democracia participativa”, donde se decida entre todos lo que es mejor para todos y se erradiquen las exclusiones y los privilegios y la diferencia por raza o condición social, con igual oportunidad para el pueblo que la compone.
La organización política del sistema democrático burgués se vio plasmada, entre otras cosas, por la acción del Estado Llano durante la Revolución Francesa. Esa acción, similar a la que podrían tomar las masas populares de nuestra actualidad histórica, mereció elogios de mucho estudiosos:
¿“Quién se atrevería a decir que el estado llano no tiene en sí todo lo que es preciso para formar una nación completa? El Estado Llano (las masas populares de hoy) es el hombre fuerte y robusto del cual un brazo está todavía encadenado. Si se le despojase de la clase privilegiada, la Nación no vendría a menos, sino que iría a más. Así, ¿Qué es el Estado Llano? Todo, pero un todo trabajado y oprimido” (E.J.Sieyés, ¿Qué es el Estado Llano?

Y ese Estado Llano, puso sus fuerzas sobre la mesa y sacudió los privilegios de la nobleza, el clero y los señores feudales para consolidar un esquema de sociedad que está decayendo por la propia inercia absurda del capitalismo y el imperialismo.

El Estado Llano de hoy (las masas populares) debe volver a la movilización para trazar, orientar y poner en marcha una sociedad económicamente libre, socialmente justa y políticamente soberana, para darle a todos lo que les corresponde y a cada uno lo que a todos les pertenece.


Ariel Pascielli
Soberanía y Liberación
Mayo 2009

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